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Ubi libertas Ibi patria Serie

Ubi libertas Ibi patria

Obras de la serie Ubi libertas Ibi patria

Texto de la Serie Ubi libertas Ibi patria

LOS EMBLEMAS DE LA MUERTE

La forma no es el contorno: se encuentra dentro del contorno


-Jean-Auguste Dominique Ingres-

Se puede decir el mundo apenas con palabras, hasta que no decir nada pueda decirlo todo… Apretándose en el significante, cada vez reducido a menos, se refleja en ocasiones la imagen de un universo completo de sentido que nos habla elocuentemente a través de un puñado ceñido de formas y figuras.

Comprimir al máximo la historia es una de las constantes de Miguel Villarino, en quien reconocemos la capacidad de erigir intensos emblemas fragmentarios (toda una paradoja) que tratan, fundamentalmente, sobre la vida y la muerte.

Hasta tal punto es así que, desde hace ya tiempo, el artista recrea facetas de este asunto en distintas series caracterizadas cada una de ellas por el protagonismo concedido a ciertas figuras esquemáticas, siluetas, signos y números, palabras o sentencias, con frecuencia de fuentes latinas: el Caballero de Alicia en el País de las Maravillas; el seis y el cuatro: la cara de tu retrato; fábricas, casas, barcos, sillas y mesas; los palos de la baraja francesa; retículas de líneas, garabatos, punteados, zigzags…


Hasta tal punto es así que, desde hace ya tiempo, el artista recrea facetas de este asunto en distintas series caracterizadas cada una de ellas por el protagonismo concedido a ciertas figuras esquemáticas, siluetas, signos y números, palabras o sentencias, con frecuencia de fuentes latinas: el Caballero de Alicia en el País de las Maravillas; el seis y el cuatro: la cara de tu retrato; fábricas, casas, barcos, sillas y mesas; los palos de la baraja francesa; retículas de líneas, garabatos, punteados, zigzags…

En verdad, si se piensa bien, el repertorio le proporciona casi como un esqueleto del mundo y de la narración, contado todo ello, además, con los medios en apariencia más precarios: al trazo de aspecto infantil le sigue el análisis de la forma reduciendo ésta a sus elementos esenciales, básicos, arquetípicos, a lo que se suman esos colores en estado puro que nos recuerdan cómo las cosas pueden ser afrontadas plásticamente de la manera más directa para conservar una impronta genuina y llena de fuerza y placer.

Ubi libertas Ibi patria

Cuidado, porque Miguel Villarino nos abre un mundo contándonoslo a través del resumen, pero no por ello nos ofrece al cabo un mundo resumido. La diferencia es importante, y ya Ingres nos advertía –se lo relataba Degas a Daniel Halévy y Jacques-Emile Blanche- que “para expresar las superficies de una forma hay que dominar primero su estructura interna.”

Y no sólo en lo que respecta a ese campo específico de la plástica que se gira hacia las relaciones establecidas entre figura y fondo, o entre los volúmenes representados y las sombras arrojadas o el espacio desplazado; ni siquiera en lo que afecta a la propia composición y equilibrios dentro del plano de representación; no, la advertencia de Ingres adquiere toda su dimensión al aplicarse incluso a esa “expresión de las superficies” que en arte requiere el dolor y el gozo, la espera y la sabiduría, o ver el tiempo pasar e ir y venir los dones que alegran la vida.

Villarino, con sus cuadros de fondos encendidos y craquelados -herederos lejanos de las experiencias ya clásicas del cubismo de hace un siglo, casi exactamente-, evita unificar en la imagen un único plano de lectura, un símbolo rotundo, un blasón, prefiriendo organizar las suyas al modo alegórico –esa clásica “metáfora continuada”-, donde las partes se articulan y dan continuidad de manera secuencial.

El ejemplo máximo nos lo ofrece una de sus mayores y más ambiciosas obras, con la que se ha contado en esta exposición, puesta bajo el amparo del conocido lema ciceroniano: Omnia meo mecum porto… En efecto, esa misma imagen parece casi un compendio apretado pero ordenado, denso pero linealmente legible, de toda su empresa pictórica.

El alargado políptico lleva consigo casi todo lo que el pintor posee como patrimonio simbólico, larga, duramente conquistado, y recomiendo al visitante de la exposición y al lector de estas páginas que se detenga el tiempo suficiente como para intentar desentrañar el enigma de sus símbolos.

Pero, milagro del arte, más allá de esta obra de referencia, cada porción del espejo roto es capaz aún de reflejar la totalidad del universo…

Quizá no podía ser de otro modo cuando la propia superficie de representación en Villarino está siempre compuesta, como un pachtwork, por teselas o azulejos, lajas que se superponen y últimamente tienden cada vez más a transparentarse; planos –de representación, y por lo tanto del sentido que llevan consigo- que se seccionan o superponen a modo de palimpsesto.

De esta manera, las “voces” esquemáticas, tan discretas al contemplarse por separado, componen al final un refinado conjunto coral lleno de matices en la obra y variaciones en la serie que caen ya del lado puramente formal. Se trata, entiendo yo, de darle al cuerpo, a la carne viva que contempla y siente su pintura, un refuerzo material, físico, concupiscente que la active como “cuerpo cierto” que se dispone a contemplar y sentir, sí, la combinación intencional de colores, formas, tamaños y relaciones entre ellos, y que en última instancia parece que debe encontrar su significado.

Creo, insisto, que después de todo éste remite, en el caso de Villarino, una y otra vez a un tema básico, universal aunque especialmente tratado por artistas de nuestras latitudes, como es el recuerdo de la muerte desde la experiencia de la vida.

Y aquí quiero pararme en esta ocasión. No sin antes recordar la contundencia que ya demostraron los antiguos al respecto, como Quevedo, mismamente, cuando confesaba no hallar cosa en que poner los ojos, “que no fuese el recuerdo de la muerte”… Amén.

Óscar Alonso Molina[Granada, marzo 2014]

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