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Donde habitan los hombres que no miran atrás

donde habitan los hombres que no miran atras

Obras de la serie «Donde habitan los hombres que no miran atrás»

Texto de Juan Bonet sobre la serie de Miguel Villarino » Donde habitan los hombres que no miran atrás «

MÁS SOLO QUE LA UNA

Construcción-destrucción, siluetas humanas –horizontales en unos casos, verticales en otros-, cabezas y calaveras, referencias siempre a la enfermedad y a la muerte y a la violencia, edificaciones que evocan la gran ciudad y la soledad entre muchos que en ella reina, banderas españolas ondeando todavía al viento…

La pintura de Miguel Villarino está hecha de contrastes, de coexistencia de contrarios. De vida –él mismo contempla sus cuadros, en cierto modo, como páginas de un diario íntimo-, y de muerte.

A Miguel Villarino, que en esta mañana de otoño de cielos velados me ha traído, carretera de Toledo adelante, hasta El Jacalito –casi vacío a estas horas- para ver su última producción, lo conozco desde hace ya casi veinte años, desde los tiempos en que coincidimos en la aventura de Cyan, a la que también debo el encuentro con el poeta y crítico de arte Enrique Andrés Ruiz. Juntos hicimos, en los noventa, en la época de M más M, aquella otra revista, tan secreta, tan distinta, que se llamó Estación Central, y que generó luego la galería de mismo nombre.

Revista en la que, además de no pocos de los escritores que hoy cuentan, estuvieron, entre otros, Albacete, Roberto Cabot, el desaparecido Luis Claramunt, Dis Berlin, Fernández Pera, Ramón Gaya, Mezquita, Miura, Pelayo Ortega, Antón Patiño, Manolo Quejido, Antonio Rojas, José Vázquez Cereijo…. Cualquier día surge, en otra barra periférica como la de Aguilón, donde nació aquello, otra aventura común.

Pero de momento Villarino no está pensando en proyecto colectivo alguno.

Tampoco está demasiado grabador. En su estudio compruebo que está pintando más y mejor que nunca, más solo que nunca, y con más voluntad que nunca de proseguir por el camino iniciado hace ya tantos años, y a la vez de abrir nuevas puertas, de enfrentarse a nuevas experiencias.

La pintura de Miguel Villarino, sobre la que ya he tenido la ocasión de escribir en otras ocasiones, está hecha, sí, de contrastes.

En ella, la condición urbana, vivida desde un cierto unanimismo, desde el sentimiento de habitar la ciudad tentacular, el laberinto borgiano o piranesiano, constituye una referencia constante, a la que han sido receptivos cuantos críticos han intentado traducir a palabras su poética.

A los inconfundibles edificios esquemáticos que nacen bajo su pincel o bajo su buril, con sus tejados puntiagudos y sus chimeneas fabriles y sus decenas de ventanas todas vertiginosamente iguales, y también a sus interiores geometrizados, reducidos a esquema esencial, les he visto siempre un aire entre torresgarciescamente constructivo, y metafísico, una conjunción por lo demás que anida ya en el corazón de la obra del gran uruguayo, y que desarrollaron de un modo especialmente interesante algunos de sus discípulos, entre ellos su hijo Augusto.

Construcción y enigma, sociabilidad y soledad, son elementos que en Villarino, titulador de algún cuadro como Viaje metafísico, amigo de los colores primarios de Mondrian, sensible como tantos de los viejos modernos al arte del dibujo infantil, y conocedor –como Marcel Duchamp- de los secretos del ajedrez, se nos aparecen como compatibles, ya desde los tiempos de Exitus Vitae o, todavía más, de De la metafísica del homo faber.

Vehemente y a la vez razonador, disidente de no pocas de las convenciones en curso, Miguel Villarino, más solo que nunca, más solo que la una en su Balsa de la medusa, en su Laberinto y caos –así se titula un cuadro de este mismo año, con el que se cerraba su reciente muestra de Pinto Pinturas 1994-2004-, es alguien que no les tiene miedo a los temas fuertes. Integrada por cuadros más desgarrados, menos equilibrados que los que integraron sus recientes exposiciones El sueño del caballero, esta nueva individual madrileña la titula, con el gran Eugenio Montale,

Donde habitan los hombres que no miran atrás, remitiéndonos a algún título anterior, como De los hombres que no miran atrás, de 2001. Nostalgia siempre de Italia: el tiempo pasado en nuestra Academia en Roma, donde su estudio de grabador estaba al fondo del jardín, es para nuestro pintor un tiempo feliz, y el Marco Aurelio del Campidoglio se ha convertido en uno de sus talismanes más recurrentes. Nos topamos con un cuadro titulado La tela que más abriga, alusivo al dramático destino de español trasterrado del siempre goyesco Víctor Mira, con el que entre otras cosas comparte el motivo de la Vanitas, y el de la propia bandera rojigualda.

En otro, Nueve putas y un artista, evoca el linchamiento mediático a que recientemente, en la Alemania de la vida y la muerte de Mira, ha sido sometido Jörg Immendorf.

En esta mañana de otoño de cielos velados, estos y otros cuadros recientes –y valientes- de Miguel Villarino se despliegan en su estudio de El Jacalito, como imanes para la mirada: más vibrantes que nunca desde el punto de vista cromático, más zigzagueantes y laberínticos que nunca desde el compositivo, y espiritualmente más intensos, hablándonos más que nunca de la vida, y de la muerte.

JUAN MANUEL BONET

Exposición : Donde habitan los hombres que no miran atrás.

Galería Dolores de Sierra-. Noviembre-Diciembre 2004

Exposiciones individuales de Miguel Villarino.

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